33 días de oración al corazón inmaculado de maría
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Por si sirve de algo, San Luis de Montfort dijo que consagrarse a Jesús a través de María -o consagración mariana, como se la llama- “es la manera más segura, más fácil, más corta y más perfecta de acercarse a Jesús”. Así es: no utilizó la coma de Oxford.
Consagrarse a Jesús por María es, en el fondo, decirle a María: totus tuus, “toda tuya, María”. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Consagrarse es dar todo nuestro ser a Jesús por medio de María y, a cambio, recibirlo por medio de ella.
Eso es todo. Es tan fácil, tan breve, tan seguro, tan perfecto. Sin embargo, como el “sí, quiero” de dos personas casadas, este don de sí mismo requiere comprensión, preparación, un día especial, recordatorios y renovaciones. Repasemos cada uno de estos aspectos.
Para comprender mejor lo que significa consagrarse a Jesús por María y conocer mejor a María y su papel para nosotros, te sugiero que leas La verdadera devoción a María, de San Luis de Montfort. El mismo Papa San Juan Pablo II dijo: “La lectura de este libro fue un giro decisivo en mi vida”. La Verdadera Devoción a María fue el comienzo de un viaje espiritual para él, y continuó hasta su papado y a través de él. ¿Su lema papal? Totus Tuus. “Toda tuya, María”.
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Nuestro difunto Santo Padre, el Beato Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica, Rosarium Virginis Mariae, afirmó que la verdadera devoción cristocéntrica a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, y la veneración de su Maternidad Espiritual universal, sobre todo en el ejercicio de su función única de Corredentora, Medianera y Abogada, “totalmente fundada en aquella [perfecta Redención y Mediación] de Cristo y radicalmente subordinada a ella, ‘no oscurece ni disminuye en modo alguno la mediación única de Cristo, sino que más bien muestra su poder’. Este es el principio luminoso expresado por el Concilio Vaticano II, que tan poderosamente he experimentado en mi propia vida y que he convertido en la base de mi lema episcopal: Totus Tuus. El lema se inspira, por supuesto, en la enseñanza de san Luis María Grignion de Montfort, que explicaba con las siguientes palabras el papel de María en el proceso de nuestra configuración con Cristo:
“Toda nuestra perfección consiste en estar conformados, unidos y consagrados a Jesucristo. De ahí que la más perfecta de todas las devociones sea, sin duda, la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, como María es de todas las criaturas la más conformada a Jesucristo, se sigue que entre todas las devociones la que más consagra y conforma un alma a nuestro Señor es la devoción a María, su Santa Madre, y que cuanto más se consagre un alma a ella tanto más se consagrará a Jesucristo” (Tratado sobre la verdadera devoción, n. 120) (Rosarium Virginis Mariae, 19-22).
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“Consagración” es el acto de dedicar algo a un “fin sagrado”. “Mariana” se refiere a María, la Santísima Virgen y Madre de Dios. Cuando juntamos los dos términos, entendemos que la Consagración Mariana es el acto de confiar nuestras almas a María. Miramos a María como nuestra Madre espiritual y pedimos su guía para crecer en santidad y profundizar en nuestra relación con Él.
Tradicionalmente, las consagraciones marianas incluyen treinta y tres días de preparación, que culminan con un Acto formal de Consagración a María el último día. Esta estructura procede de San Luis de Montfort, que vivió durante el siglo XVII y escribió La verdadera devoción a María.
Aunque San Luis de Montfort es conocido por popularizar la Consagración Mariana de treinta y tres días, la gente lleva mucho tiempo mirando a María para acercarse a Jesús. En las últimas palabras de Jesús en la cruz, le dijo al discípulo Juan que mirara a María como su Madre.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio allí a su madre y al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.Juan 19: 25-27
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n confianza en tu bondad y en tu gran misericordia, Señor, me acerco enfermo al Sanador, hambriento y sediento a la Fuente de la vida, necesitado al Rey del Cielo, siervo a su Señor, criatura al Creador, desolado a mi tierno Consolador. “¿De dónde me viene esto a mí,” que Tú vengas a mí (Lucas 1:43)? ¿Qué soy yo, para que me concedas a Ti mismo? ¿Cómo se atreve un pecador a presentarse ante Ti?
¿Y cómo es que Tú te dignas venir a un pecador? Tú conoces a tu siervo y sabes muy bien que no tiene nada bueno por lo que debas concederle esto. Confieso, pues, mi propia vileza, reconozco tu bondad, alabo tu tierna misericordia y te doy gracias por tu amor trascendente.
243. Los amantísimos esclavos de Jesús en María deben tener en gran estima la devoción a Jesús, Verbo de Dios, en el gran misterio de la Encarnación, 25 de marzo, que es el misterio propio de esta devoción, porque fue inspirado por el Espíritu Santo por las siguientes razones: a) Para que honremos e imitemos la admirable dependencia que Dios Hijo quiso tener de María, para gloria de su Padre y redención del hombre. Esta dependencia se revela especialmente en este misterio, en el que Jesús se hace cautivo y esclavo en el seno de su Santísima Madre, dependiendo de ella para todo. b) Para que demos gracias a Dios por las gracias incomparables que ha concedido a María y, especialmente, por haberla elegido para ser su dignísima Madre. Esta elección se realizó en el misterio de la Encarnación. Estos son los dos fines principales de la esclavitud de Jesús en María.