La experiencia terrenal del hombre no es más que una prueba para ver si concentra sus esfuerzos, su mente y su alma en las cosas que contribuyan a la comodidad y la satisfacción de su naturaleza física, o si dedica su vida a la adquisición de cualidades espirituales.
“Todo impulso noble, toda expresión abnegada de amor, todo sufrimiento valiente por el bien, toda entrega de sí mismo a algo más elevado, toda lealtad a un ideal, toda desinteresada devoción a un principio, toda ayuda a la humanidad, todo acto de autodominio, toda magnífica expresión de valor del alma, nunca derrotados por la simulación ni la costumbre sino practicados por el hecho de ser, de actuar y de vivir el bien por el bien mismo, todo eso constituye la espiritualidad”.
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